Principios del Reino
- Pr. Cristián Millán
- 8 oct
- 7 Min. de lectura

Introducción: vivir entre la superficie y el Reino
Muchos cristianos viven creyendo en Dios, asistiendo a una iglesia, orando, sirviendo, e incluso liderando ministerios, pero sin comprender verdaderamente los principios del Reino de Dios. No porque falte fe, sino porque falta revelación. Jesús mismo dijo a sus discípulos:
“A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los otros por parábolas…” — Lucas 8:10 (RVR1960)
Esta declaración no es una exclusión elitista, sino una invitación a la profundidad. Jesús estaba diciendo: hay más, pero no todos están dispuestos a buscarlo.
Los “misterios del Reino” son realidades espirituales escondidas dentro de las Escrituras, verdades que no se descubren solo con lectura o análisis, sino con revelación. La Biblia no usa el término “principio” de manera directa, pero Jesús enseñaba esos principios envueltos en parábolas, en símbolos, en metáforas llenas de vida. Los llamaba “misterios” porque requieren humildad para ser revelados, y valentía para ser vividos.
Proverbios 25:2 lo expresa de manera poética y profunda: “Gloria de Dios es encubrir un asunto; pero honra del rey es escudriñarlo.”
Dios oculta verdades no para negarlas, sino para despertar en nosotros el deseo de buscarlas. Los misterios del Reino son como tesoros ocultos en el fondo del mar. Muchos se conforman con nadar en la superficie —saben orar, ayunar, servir— pero no descienden a lo profundo. Sin embargo, el oro del Reino no flota: se encuentra en el fondo, y solo los que se sumergen, los que se atreven a bucear con el Espíritu Santo, lo encuentran.
El Reino de Dios: más que un concepto, una realidad espiritual
Cuando Jesús habló del Reino, no se refería a un territorio físico ni a una estructura religiosa. Él dijo: “El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros.” — Lucas 17:20–21.
El Reino es el gobierno activo de Dios en la vida de las personas. Es la manifestación de Su voluntad en la tierra, como se cumple perfectamente en el cielo. Jesús vino a traer ese Reino, no como una idea teológica, sino como una experiencia transformadora. Pero para que ese Reino se establezca en nosotros, no basta con creer de forma superficial. Es necesario vivir bajo sus principios. Y esos principios, como leyes espirituales, no se descubren por análisis intelectual, sino por revelación divina.
Pablo lo explica con claridad en 1 Corintios 2:10: “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.”. El Espíritu Santo es quien abre los ojos del corazón para discernir lo que está oculto a la mirada natural. Solo Él puede traducir los misterios en sabiduría práctica, en obediencia viva.
Misterios y principios: la estructura invisible del Reino
Los misterios del Reino son las leyes espirituales que gobiernan la relación entre Dios y el hombre. No se imponen, se revelan; no se aprenden por repetición, sino por transformación.
Cuando Jesús enseñó sobre el sembrador (Lucas 8), sobre el grano de mostaza (Mateo 13:31–32) o sobre el tesoro escondido (Mateo 13:44), estaba revelando principios eternos. No eran solo cuentos o historias morales: eran códigos espirituales que rigen cómo opera el Reino de Dios.
Por ejemplo:
El principio de la siembra y la cosecha (Gálatas 6:7): todo lo que el hombre siembra, eso mismo cosecha.
El principio del servicio (Mateo 23:11): el mayor en el Reino es el que sirve.
El principio del perdón (Mateo 6:14–15): quien no perdona, cierra el fluir de la gracia sobre sí mismo.
El principio de la honra (1 Samuel 2:30): “A los que me honran, honraré.”
Estos principios no son negociables. Así como existen leyes físicas —la gravedad, el tiempo, el movimiento— que gobiernan el mundo material, existen leyes espirituales que gobiernan el Reino de Dios. Ignorarlas no nos exime de sus efectos.
De la religión a la revelación
Muchos cristianos practican actividades espirituales sin comprender el principio que las sostiene. Oran, ayunan, alaban, sirven, diezman, discipulan… pero lo hacen por costumbre u obligación, pero no por comprensión. Se mueven en lo externo, pero no en lo esencial.
Jesús confrontó este tipo de espiritualidad vacía: “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí.” — Mateo 15:8
El Reino no se activa a través de rutinas religiosas, sino por medio de la obediencia revelada. Cada acción espiritual encierra un misterio del Reino que debe ser descubierto para ser eficaz.
Por ejemplo:
Orar no es solo hablar con Dios. Es ejercer autoridad espiritual, es co-gobernar con Él en la tierra. Cuando oramos bajo Su voluntad, las cosas cambian porque tocamos los decretos del cielo.
Ayunar no es simplemente dejar de comer. Es someter nuestra carne al Espíritu, romper yugos y liberar poder. Isaías 58:6 lo dice: “¿No es más bien el ayuno que yo escogí: desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión y dejar ir libres a los quebrantados?”
Discipular no es enseñar doctrina. Es formar carácter conforme a Cristo. Pablo escribió: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gálatas 4:19).
Cuando comprendemos el principio detrás de cada práctica, dejamos de ser religiosos y nos convertimos en embajadores del Reino.
Revelación y profundidad: el llamado a sumergirse
Colosenses 2:6–7 nos exhorta: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe…”
Ser “arraigados” implica profundidad. La fe no es una flor superficial, sino una raíz que penetra hasta el fondo del alma. Los que solo flotan en la superficie viven de emociones; los que se sumergen viven de convicciones.
Dios no esconde Sus tesoros para frustrarnos, sino para formarnos. Quien busca más de Dios, inevitablemente cambia. Jesús prometió: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.” — Mateo 7:7. El Reino se abre a los que insisten. El Espíritu Santo no revela Sus misterios a los curiosos, sino a los rendidos. A quienes reconocen su ignorancia y claman por luz.
Los principios del Reino en acción
Una de las mayores tragedias espirituales de nuestro tiempo es practicar sin comprender. El cristianismo no es una religión de gestos externos, sino una vida interior que se manifiesta hacia afuera. Por eso Jesús usó parábolas: para esconder la verdad a los indiferentes y revelarla a los hambrientos. Cada parábola contiene una llave.
El sembrador (Lucas 8) enseña el principio de la receptividad espiritual.
El buen samaritano (Lucas 10) enseña el principio de la compasión activa.
El hijo pródigo (Lucas 15) enseña el principio de la restauración del amor del Padre.
Cada historia del Evangelio contiene una estructura del Reino: el amor, la obediencia, la fe, el servicio, la humildad, la dependencia, la honra, la siembra, la palabra, la adoración. El Reino no se entiende por asistir a un templo; se vive cuando estos principios gobiernan nuestras decisiones.
El discipulado: laboratorio del Reino
Ser discípulo no es repetir información, sino encarnar principios de manera permanente. Jesús no formó teólogos, sino embajadores del Reino. Él no dijo: “Vayan y repitan mis parábolas”, sino: “Id, y haced discípulos…” — Mateo 28:19. Un discípulo vive desde la revelación, no desde la rutina. Por eso Pablo oraba así por los creyentes: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él.” — Efesios 1:17.
El discipulado genuino transforma, porque abre los ojos a los principios del Reino. Es allí donde el creyente deja de imitar gestos y comienza a reflejar el carácter de Cristo.
Aplicación: vivir desde los principios del Reino
Vivir desde los principios del Reino es vivir desde adentro hacia afuera. Es permitir que la Palabra, revelada por el Espíritu, gobierne pensamientos, emociones y decisiones.
Podemos hacernos algunas preguntas:
¿Estoy viviendo desde convicciones o desde costumbres?
¿Mis actos espirituales nacen de revelación o de obligación?
¿Qué principio del Reino necesito redescubrir hoy?
Cuando nuestra vida se alinea con el Reino, todo cambia. Las cosas que antes parecían imposibles se vuelven naturales, porque el Reino no depende de circunstancias externas, sino del gobierno interno de Cristo. Jesús dijo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” — Mateo 6:33. Buscar el Reino no es un evento, es un estilo de vida. Significa vivir bajo los principios que gobiernan el cielo, aquí en la tierra.
Cristo: el misterio supremo del Reino
Todos los principios del Reino convergen en una persona: Jesucristo. Él no vino solo a enseñar el Reino; Él es el Reino. Pablo lo expresa con poder: “El misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado… el cual es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria.” — Colosenses 1:26–27.
Cristo no solo revela los principios, sino que los encarna. En Él vemos el principio del amor, de la humildad, de la obediencia, del sacrificio, de la resurrección. Por eso, conocer los misterios del Reino es conocer a Cristo en profundidad. Él es la parábola perfecta, el secreto revelado, el tesoro escondido y la perla de gran precio. Todo lo que el Reino es, está contenido en Él.
Conclusión: del conocimiento a la transformación
Los principios del Reino no son teorías para admirar, sino verdades para vivir. Jesús no reveló misterios para que escribiéramos libros, sino para que cambiáramos vidas. El Reino se activa cuando la obediencia se vuelve fruto de la revelación. Cuando oramos sabiendo lo que ocurre en el mundo espiritual; cuando ayunamos entendiendo el poder que se libera; cuando servimos con conciencia de eternidad.
El Reino de Dios no está lejos. Está entre nosotros, y espera corazones dispuestos a vivir bajo su gobierno.
Oración modelo: “Señor, reconozco que muchas veces he vivido en la superficie de mi fe. He practicado cosas sin entender su profundidad. Hoy te pido que abras mis ojos y me reveles los principios de tu Reino. Enséñame a sumergirme más en tu Palabra, a vivir bajo la guía del Espíritu Santo y a no conformarme con lo superficial. Quiero vivir desde el Reino, para ti y para tu gloria. En el nombre de Jesús, Amén.”




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